Queremos que el
mundo nos ofrezca todo lo que tiene, es nuestro derecho, ¿verdad?, pero si te
pones a pensar, es también nuestro derecho, no nuestro deber, ofrecer algo al
mundo, ¿qué ofreces tú?
¿Cómo es que nos cuesta
desarrollar algo que es tan nuestro? Esos dones que nos pertenecen, que nos hablan,
que nos hacen sentir completos. Muchas veces tienen que gritar para ganar
nuestra atención, y gran parte del tiempo, ni siquiera los escuchamos. El mejor
regalo que podríamos ofrecer con alegría es muchas veces ignorado.
Nuestro concepto actual
Hoy día llamamos
dones a aquello que creemos es propio de los más especiales, algo que muy pocos
tienen; pero la verdad es que son algo que muy pocos desarrollan. Todos los
dones son semillas de creatividad, ya sea pictórica, matemática, de resolución
de problemas, de nutrir a los más necesitados, etc. Ellos son parte fundamental
de nuestro núcleo, inmersos en nuestro corazón para esperar ser despertados.
Los dones están en todos nosotros.
Nuestras
sociedades, muchas veces ven estas capacidades como capas secundarias de
nuestras vidas. Tener dones matemáticos es más aceptable que tener dones
culinarios. Los clasificamos por orden de importancia, cuando todos y cada uno de
ellos tienen el mismo valor.
El destino de lo no usado
Con frecuencia,
nos encontramos personas infelices en sus trabajos, rumiando el pasar de los
días por la falta de pasión que ofrecen y que se les es ofrecida. La pasión es
lo que mueve la creatividad y viceversa; una vez despertados nuestros dones estos
se abrirán al mundo, si no, dormirán siempre enterrados sin ver la luz.
Cuando somos
niños no solemos tener tantos miedos, somos capaces de ponernos la capa de súper héroes para salir volando por el mundo
sin pensar en las dificultades. Soñamos despiertos con otros mundos, o con las
diferentes posibilidades que se nos ofrecen, pero pronto lo olvidamos todo, y
en su lugar nace el miedo a hacerlo incorrectamente.
En nuestra vida
adulta, somos incluso nosotros los que clausuramos los sueños de los más
pequeños. Queremos impartirles la realidad que creemos tiene que ser la de
ellos, pero gran parte del tiempo, nuestra realidad no admite sueños, no admite
pasiones ni cambios al mundo, sólo admite sobrellevar lo que ya existe, lo que
pensamos debe permanecer intacto. De esta forma terminamos de criar seres infelices
e ignorantes de sus propios dones.
Redescubrir nuestros dones
Para ofrecer
algo al mundo, tenemos primero que ofrecer ese algo a nosotros mismos,
conocernos y sabernos merecedores de aquello que tenemos en nuestro interior;
porque incontables veces nos sentimos incapaces e indignos.
La semilla no se
pudre, mientras permanezcamos ella permanece, esperando sólo un poco de agua
para surgir y nutrirse con el sol de la esperanza que traigamos hacia ella. Así
que es hora de preguntarte, ¿qué te mueve, qué te motiva y te apasiona? ¿Hay
algo que de pronto te hace sentir que tienes un globo hinchado en el pecho?
Presta atención a esos momentos, aunque sean pequeños. Una vez que los
identifiques, piensa, ¿qué puedes hacer para disfrutar de esa sensación con más
frecuencia y con más libertad?
Los pequeños
pasos siempre nos llevan a caminos más largos. Si el camino es pequeño y sin
dificultades, eso puede significar que nos hemos quedado detenidos en un mismo
lugar. Seguir el camino que nuestros dones nos ofrecen es darnos una oportunidad
a nosotros mismos para nutrirnos y a su vez para nutrir.
El mundo nos
ofrece la tierra y el cielo, y yo te pregunto, ¿qué le ofreces tú al mundo y a
las personas que te rodean? Recuerda, es tu derecho.