viernes, 17 de marzo de 2017

¿Qué camino tomar para sanar las heridas?


Hay más de una manera de sentirse sanados. Una es creer que la herida a cicatrizado para siempre y cerrar los ojos bien apretados para no ver las huellas de lo que pasó. La otra es observar la cicatriz con regularidad y pensar en el proceso de sanación que se está llevando a cabo para restituir la piel. ¿Cuál es el proceso de tu preferencia? ¿Con cuál te sientes más cómodo?
Cualquiera de los dos métodos amerita ese proceso de sanación en sí, el haber pasado por todo un camino de descubrimiento, reconocimiento de la herida y vendajes, incluso de puntadas y otras hasta de trasplantes. Estoy segura que con un asentimiento de cabeza muchos reconocen estos procedimientos. Pero esta reflexión no es para hablarles de cómo llegar a este punto, esta reflexión es para observar lo que viene después.

Las opciones
Introspection, foto de Alexandra Douglass
Estos son dos métodos que tienen como punto de partida una herida supuestamente cerrada. Hay momentos en que la herida nos pica y la miramos con curiosidad, pensando en su textura, en cómo es diferente al resto de la piel. Si llegamos a ignorar nuestra herida, ¿cómo aprender de ella?, ¿cómo recordar tener cuidado al subirse a los árboles de nuestros patios para llegar al otro lado del cielo? Porque muchos queremos llegar a ese otro lado.
“Ya la curé. Ya no existe la piquiña. Los recuerdos los encierro bajo llave y a su vez la llave en el armario.” Si esta es nuestra frase, no nos apuremos, la llave va a empezar eventualmente a tocar a la puerta, y más atrás la herida olvidada y solitaria nos empezará a quemar. Se abrirá de nuevo, con una intensidad que puede ser tan profunda y destajadora como la primera vez.
Así nos tocará repetir el mismo proceso una y otra vez, preguntándonos qué estamos haciendo mal para tener que revivir tanto dolor. La herida no es un ente independiente a nuestro cuerpo, es nuestro cuerpo, es nuestra sangre, es nuestra alma. No vamos por el mundo tratando de ignorar nuestra alma, no caminamos tratando de decirle a nuestra cabeza que no existe. De la misma forma las heridas no se quedan atrás, siempre caminan con nosotros, y siempre a nuestro lado, junto al resto que nos conforma como personas.
Mirar nuestra herida no quiere decir que vivamos con la vista fija en ella, que la contemplemos hasta el final de los tiempos sin explorar los alrededores. A una herida física la observamos de tiempo en tiempo y recordamos sus momentos, como si estuviésemos viendo un álbum fotográfico: esta cicatriz es de una operación de corazón abierto, ésta es de la rasgadura de un clavo, y ésta otra viene del totazo infalible con la esquina del mueble. Siempre están en nuestros recuerdos para que saboreemos las enseñanzas de la vida, aunque el sabor sea amargo.

La decisión
Repito entonces mis preguntas del comienzo: ¿Cuál es el proceso de tu preferencia? ¿Con cuál te sientes más cómodo? Lanzarse al círculo del olvido total y el dolor total, o la contemplación esporádica del proceso de sanación. Debemos considerar realmente qué camino queremos tomar y cuál vamos realmente a transitar.
Mirar nuestras heridas no nos hace débiles, como muchos piensan. Personalmente, pienso que nos hacen más sabios al comprenderlas, al escuchar sus necesidades; nos hacen expertos en nosotros mismos y más capaces de dar una respuesta afirmativa a nuestros corazones. Así la cicatriz no quedará olvidada y el dolor se mitigará para que podamos andar.

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