Hay más de una
manera de sentirse sanados. Una es creer que la herida a cicatrizado para
siempre y cerrar los ojos bien apretados para no ver las huellas de lo que
pasó. La otra es observar la cicatriz con regularidad y pensar en el proceso de
sanación que se está llevando a cabo para restituir la piel. ¿Cuál es el
proceso de tu preferencia? ¿Con cuál te sientes más cómodo?
Cualquiera de
los dos métodos amerita ese proceso de sanación en sí, el haber pasado por todo
un camino de descubrimiento, reconocimiento de la herida y vendajes, incluso de
puntadas y otras hasta de trasplantes. Estoy segura que con un asentimiento de
cabeza muchos reconocen estos procedimientos. Pero esta reflexión no es para
hablarles de cómo llegar a este punto, esta reflexión es para observar lo que
viene después.
Las opciones
Introspection, foto de Alexandra Douglass |
“Ya la curé. Ya
no existe la piquiña. Los recuerdos los encierro bajo llave y a su vez la llave
en el armario.” Si esta es nuestra frase, no nos apuremos, la llave va a
empezar eventualmente a tocar a la puerta, y más atrás la herida olvidada y
solitaria nos empezará a quemar. Se abrirá de nuevo, con una intensidad que
puede ser tan profunda y destajadora como la primera vez.
Así nos tocará
repetir el mismo proceso una y otra vez, preguntándonos qué estamos haciendo
mal para tener que revivir tanto dolor. La herida no es un ente independiente a
nuestro cuerpo, es nuestro cuerpo, es nuestra sangre, es nuestra alma. No vamos
por el mundo tratando de ignorar nuestra alma, no caminamos tratando de decirle
a nuestra cabeza que no existe. De la misma forma las heridas no se quedan
atrás, siempre caminan con nosotros, y siempre a nuestro lado, junto al resto
que nos conforma como personas.
Mirar nuestra
herida no quiere decir que vivamos con la vista fija en ella, que la contemplemos
hasta el final de los tiempos sin explorar los alrededores. A una herida física
la observamos de tiempo en tiempo y recordamos sus momentos, como si
estuviésemos viendo un álbum fotográfico: esta cicatriz es de una operación de
corazón abierto, ésta es de la rasgadura de un clavo, y ésta otra viene del
totazo infalible con la esquina del mueble. Siempre están en nuestros recuerdos para que saboreemos las enseñanzas de la vida, aunque el sabor sea amargo.
La decisión
Repito entonces
mis preguntas del comienzo: ¿Cuál es el proceso de tu preferencia? ¿Con cuál te
sientes más cómodo? Lanzarse al círculo del olvido total y el dolor total, o la
contemplación esporádica del proceso de sanación. Debemos considerar realmente
qué camino queremos tomar y cuál vamos realmente a transitar.
Mirar nuestras
heridas no nos hace débiles, como muchos piensan. Personalmente, pienso que nos
hacen más sabios al comprenderlas, al escuchar sus necesidades; nos hacen
expertos en nosotros mismos y más capaces de dar una respuesta afirmativa a
nuestros corazones. Así la cicatriz no quedará olvidada y el dolor se mitigará
para que podamos andar.
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